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Un maguey bien plantado

“El mezcal es una bebida que entendió al tiempo y Graciela, es la mujer que supo escuchar el mensaje.”

Atravesando valles tupidos de verdes y cielos que se prolongan azules hasta la costa, llegamos a Santa Catarina Minas, una pequeña localidad en el distrito de Ocotlán. Ahí nos recibió Graciela Ángeles, con una sonrisa enigmática y esos ojos que reclaman la mirada de quien sea su interlocutor. Así es Graciela, un maguey bien plantado, elocuente y que mira siempre de frente. Hija de un maestro mezcalero y descendiente de las mezcalilleras, Rosa Arellanes y Modesta Ángeles, mujeres tatuadas con la tinta del maguey; Graciela es, cabeza del Palenque Real Minero, un palenque otrora comunal, donde su identidad fue formada y desde donde su historia como mujer, oaxaqueña y mezcalera se escribe día a día. “Haré mezcal hasta que me muera”, fue una de las primeras frases que esta mujer nos compartió mientras sentados y rodeados de mezcales, reparamos en la apertura con que se nos había dado la bienvenida. Y sí, la palabra era abierto; porque desde que cruzamos la puerta del Palenque Real Minero, vimos un horno abierto esperando cocer las pencas, ollas de barro al fuego, agua corriendo y grifos abiertos que goteaban celosos la bebida fuerte y espirituosa que cae pausada. Cuando Graciela comenzó a hablar, se abrió otro mundo, uno rico y complejo, que rodeado de aromas y sabores guarda voces y nos habla a través de su gente… el mundo del mezcal.

Dicen, algunos que saben de esto y los que no también, que el mezcal hizo cumbre y está en la cúspide, en su momento. Graciela respira hondo y entre líneas nos dice que sólo lo auténtico perdura… minutos después descubro que es su slogan.

Entre las primeras aclaraciones que nos hace es que “los productores no son productores por moda, lo cual significa que, aunque estén muriendo de hambre van a seguir haciendo mezcal”. De sus pláticas con abuelitos que la anteceden en el oficio rescata que “el mezcal debe decir algo en tu vida”; mientras exista una relación estrecha entre la planta y el hombre, seguirá habiendo mezcal porque ello representa identidad y eso es lo que ha

permitido que el mezcal viva hasta hoy.

– Y a tí, ¿qué te dice el mezcal? –le pregunto con curiosidad.

A mí, me explica –contesta.

Casi todos los seres humanos buscamos dejar una huella de nuestra existencia porque la vida es efímera, unos lo hacen a través de una estructura, de una pintura, de lo que escriben. En el mundo del mezcal la única forma en que nosotros podemos trascender y dejar huella de nuestra existencia es con la bebida. Para los productores de mezcal, lo que perdura es la memoria oral, trascendemos a través de nuestro trabajo. Decimos que aquí estámos a través de la bebida y es una de las únicas cosas que además puede ser consumida. Puedes conocer a otra persona a través de lo que consumes. Entonces, ¿hablamos metafóricamente de la ingesta de una persona? Hablamos de experimentar a través de. Lo que un mezcalero hace es una bebida y con ello te induce en un viaje de experiencias y sensaciones. A través de este viaje tú lo conoces a él y te conoces a ti mismo. El mezcal es una bebida de diálogos.

Es la forma en que nos comunicamos con el mundo, porque no nos conocen, de hecho muchos nunca nos van a conocer y tampoco nosotros a ellos. Llegará la bebida pero yo no. Por tanto, yo esperaría que no sea una moda, sino la reivindicación del humano que es el mezcalero. No habrá monumentos de mezcaleros, pero hay otras formas de trascender. Mientras Graciela plática, nos damos cuenta que transpira una pasión desenfrenada por lo que hace, no solamente es una hacedora de mezcal; es una militante de la transmisión correcta de su conocimiento y esto es un tema que la preocupa pues dice: “a mí me mandaron a la escuela, pero eso no significó que me alejara del campo, hay que conocer el campo para que te respeten”. Por ello hay que enfocarnos en el tipo de conocimiento que estamos transmitiendo.

Después de hablar del sentimiento de permanencia nos habla de la creatividad del mezcalero, de cómo el mezcal no puede medirse hablando sino probando y del alma que hay detrás de cada botella para la que ningún concurso puede otorgar objetivamente un premio. Para Graciela, el mezcal pierde sentido si elimina la interacción con el entorno social y cultural ya que desde su experiencia, se producen mezcales para la gente, y éstas tienen nombre y apellido. La plática sigue con ritmos propios y no dejamos de aprender. Las piedras arden afuera tomando cada una el tiempo preciso. Mientras los diálogos continúan, concluimos que el mezcal es un vaso comunicante entre los humanos y otros seres, como las plantas, las deidades, los muertos. Es una síntesis de nuestra comunicación con la naturaleza. Graciela afirma tajante que el mezcal habla de tiempo y que comprender el tiempo es lo más importante en el mundo del mezcal. La planta lo que te quiere enseñar es justamente a eso, a respetar el tiempo. El mezcal no es una bebida del “hoy” como se busca ahora. El mezcal no se produce rápido, no se consume rápido y la planta no crece rápido. El mezcal nos viene a enseñar la espera que implica respetar el tiempo de las cosas. Y se debe entender que ese tiempo está conectado a su vez, a un entorno particular.

Con una voz contundente y llena de expresión, sentencia que “no se puede entender el mezcal sin entender la historia de los pueblos mezcaleros”. Ya que los mezcales son como la gente y cuentan la historia de la gente de donde provienen. Los pueblos mezcaleros expresan su estar en el mundo a través del mezcal, a través de los sabores. A partir de ellos nos sumergimos en historias de violencia, de pobreza, de migración. “Hay que entender que más allá de la planta o del sentimiento para hacer o no un tipo de mezcal, la bebida representa a su gente”. Con un dejo de nostalgia, Graciela nos dice que la historia del mezcal es la historia de los vencidos. Porque el mezcal no se gesta en las casas criollas, sino al interior de la vida comunitaria, de los pueblos originarios. Por tanto, propone que la discusión que se debería estar dando con este boom mezcalero más allá de las modas y proyectos creativos tendría que ser en términos antropológicos sobre ¿quéesta pasando en la recomposición de las comunidades mezcaleras y qué va a pasar con la concepción del tiempo?¿Cuáles son los posibles caminos?

El sentido comunitario del palenque se perdió, antes había pocos palenques y muchos hacedores.

Ahora hay muchos palenques y poca gente. Los palenques se han privatizado, cada quien quiere hacer su mezcal, y los de fuera, vienen a buscar quien les puede producir más y vender barato. Antes cada quien traía su maguey, su leña, horneaba y pagaba el alquiler con bebida. El mundo mezcalero se transformó en estampida en la última década. Tan sólo en Santa Catarina antes había dos palenques y ahora hay catorce. Atrás quedaron las historias de las mezcalilleras, aquellas “adelitas del mezcal” que salían a vender este elixir sagrado. De pronto regresamos y decidimos mirar la planta. El maguey es una entidad dual nos dice Graciela, podemos encontrar elementos femeninos y masculinos en ella, aunque por sobre todas las cosas el maguey es dador de vida. Y la vida de esta planta está impregnada de múltiples aromas en el proceso. Explosión de olores en su corte, al hornearlos, en las tinas, cuando hace contacto con el barro. El olfato es sin duda el sentido que la ha conectado instintivamente desde niña. Graciela creció en una atmósfera impregnada de los aromas del maguey y el mezcal, y esto le permite asegurar que un mezcal a lo que huele, sabe. La otra tarde sentada en el patio pensó, me huele a noviembre. Noviembre la conduce a los aromas del campo, a la flor de cempasúchil, al olor de la miel derritiéndose al sol por la tarde. Por eso cuando probó el mezcal que en ese momento salía fue el amarillo el color que vino a su mente. Para ella beber un trago de mezcal es fusionarse con la naturaleza, con una época y con lo que esa época el campo le ofrece. Las sensaciones recorren plantas, maderas, lluvia. La plática llega a su fin, no sin antes probar un merecido mezcal. Le pido a Graciela que escoja uno por mí y sin titubear elige un tripón. Huelo, trago; no soy ninguna catadora pero repaso el trago por toda mi boca. De pronto, después de un sabor intenso siento como todo se esfuma para luego redescubrir que el líquido sigue ahí y que se abre paso para ser ingerido, suavemente. Pienso en la nota de permanencia que Graciela imprimió en esta botella. El tiempo, todo tiene su tiempo. Es también el tiempo quien le ha dado a esta mujer raíces, las raíces que la hacen ser hoy, el maguey mejor plantado.

Por Carmen Castillo Cisneros para MEZCALILLERA La Miscelanea del Mezcal

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